Noticia: Entrevista al autor mexicano Diego Ortiz González
13 de marzo de 2020
El ensayista y escritor obtuvo, junto a su hermana, la creadora Daniela, el primer premio del Concurso de Álbum Ilustrado de la Biblioteca Insular de Gran Canaria con el título ‘La mano del Sr. Echegaray’.
¿Puede avanzarme las claves literarias que a su juicio contiene ‘La mano del Sr. Echegaray’?
‘La mano del Sr. Echegaray’ es una historia sencilla. Un hombre pierde una mano y la mano adquiere vida propia. El motivo, lejos de ser nuevo, ha sido utilizado en múltiples ocasiones, sobre todo en la literatura fantástica del siglo XIX, donde la mano con vida independiente aparece vez tras vez, usualmente como un elemento siniestro, símbolo de la venganza o de las artes oscuras, en historias de horror o de moral religiosa.
Existe también una línea de historias de posguerra, más realistas que fantásticas, donde en lugar de las manos, aparecen los soldados que las perdieron: los afectados por la batalla. En este álbum ilustrado el propósito fue conjuntar estas dos vetas narrativas en una sola, y así contar la historia tanto del manco que vuelve de la guerra como de su mano que lo busca. El registro, sin embargo, no es el del horror o el de la moral religiosa, sino uno más ligero, más infantil, como el de las historias de aventuras. La mano, en lugar de ser una mera extremidad, se convierte en un personaje que hace todo para regresar a casa y reunirse con su dueño original, pero no para vengarse, sino simplemente para acompañarlo.
¿Es la primera vez que se atreve con el texto de un álbum ilustrado?
Es la primera vez que escribo un libro ilustrado y lo he disfrutado mucho. Hace casi dos años tuve una niña y desde entonces mi novia y yo hemos comenzado a adentrarnos en el mundo de los libros infantiles De ahí surgió, al menos en parte, el impulso de escribir el libro. Nos hemos dado cuenta de qué es lo que significa leer los mismos libros diariamente durante meses; unos pasan la prueba de la repetición y otros no. Hay unos que nos gustan mucho a nosotros, pero no a nuestra hija, y otros que le gustan a ella y a nosotros no. A pesar de tener menos de dos años, como buena tirana, es ella la que decide qué libro se lee. Poco valen nuestros intentos de rebeldía. Lo ideal, por supuesto, es cuando coinciden los gustos y tanto nosotros como ella disfrutamos de los libros. Esperemos que éste que hicimos sea uno de ellos.
¿Cuáles han sido los autores/as de referencia por los que siempre se ha sentido atraído?
Siempre me ha gustado leer libros donde abunda lo absurdo y lo cómico. Los sinsentidos de Edward Lear, las digresiones de Tristram Shandy, los borrachos y bribonzuelos de Gógol y de Steinbeck, las dudas del Zeno de Svevo, los animales de Kafka o las ocurrencias salvajes de Gombrowicz y Landolfi. Todos mezclan lo gracioso, lo absurdo y lo macabro en distintas proporciones, pero comparten, al menos en algunos de los libros, un tipo de comedia extraña y fantasiosa que me atrae mucho.
¿Qué importancia otorga y desde qué perspectiva trabajó con las ilustraciones de su hermana en éste, título ganador del concurso Álbum Ilustrado Biblioteca de Gran Canaria? ¿Había colaborado con anterioridad con ella en algún proyecto anterior?
No había colaborado antes con mi hermana, pero fue un placer hacerlo. Vivimos en ciudades distintas, Montreal y Berlín, así que el libro sirvió como un pretexto para acercarnos a pesar de las distancias. Hubo que ajustar el texto a las ilustraciones y las ilustraciones al texto. Un verdadero trabajo en conjunto. En un álbum ilustrado, sobra decirlo, las ilustraciones son fundamentales. Junto con la editora Arianna Squilloni, tuvimos que adaptar la historia de manera que hubiera un equilibrio entre lo que se decía con el texto y lo que se mostraba con la ilustración, de modo que hubiera la menor redundancia posible. Todo el proceso, para mí, fue de lo más entretenido. Como en toda colaboración, cada uno añade algo al tono general de la historia, y en este caso, las ilustraciones de mi hermana le dieron al texto un cuerpo que antes sólo estaba imaginado y con ello añadieron una nueva capa que yo, por mi lado, no hubiera sido capaz de añadir.
¿Cómo definiría ‘La mano del Sr. Echegaray’ si le solicitaran una breve reseña promocional de este título?
‘La mano del Sr. Echegaray’ es la historia de una reunión improbable. Un hombre va a la guerra con dos manos y regresa con una. La mano, olvidada en el campo de batalla, cobra vida. El resto es la historia de las peripecias y esfuerzos que la mano atraviesa para volver a casa y reunirse con su antiguo dueño. Una pequeña aventura con obstáculos, fugas y ocurrencias, donde la separación y la tragedia dan pie a la compañía.
¿Puede aclararme el sentido de su título?
El título no tiene mayor misterio. Al principio hay un personaje principal, el Sr. Echegaray, y desde que pierde su extremidad, surge un nuevo personaje, la mano. La mano del Sr. Echegaray.
¿Desde qué premisas se imagina al destinatario de ‘La mano del Sr. Echegaray’?
Esperaría que el libro le pudiera interesar a un abanico amplio de personas. Por un lado a los niños, quizás a los más pequeños, entre 3 y 7 años, pero también a los adultos. A menudo, aquellos que leen los libros son los padres, así que intentamos que la historia fuera interesante también para los adultos, que quizás reconocerán aspectos que para los niños pasarán desapercibidos o que al menos serán percibidos de manera diferente. La historia es fantasiosa y creo que el modo en que lo es puede ser atractivo para distintos tipos de lector.
¿Cuáles siguen siendo sus álbumes ilustrados de referencia?
No soy un experto en el ámbito, pero me gustan los álbumes ilustrados de humor ligeramente negro o disparatado: los libros de Edward Gorey, los limericks de Edward Lear o, como he descubierto hace poco, los cuentos de Tomi Ungerer. El libro del Tigre que vino a tomar el té de Judith Kerr es de esos casos extraños donde, sin importar la simplicidad de la historia y la repetición de los diálogos, uno puede leerlo vez tras vez sin cansarse. También, no sé exactamente por qué, me encanta el libro que James Joyce le hizo a su nieto: El gato y el diablo, donde los pueblerinos de Beaugency engañan a Satanás. Crecí con Lo que sabía mi loro de José Moreno Villa, un compendio de todo tipo de rimas, aleluyas, escenas absurdas y refranes con ilustraciones hechas por el propio escritor, un libro que se ha quedado, inevitablemente, como referencia personal. Ahí, por ejemplo, viene el epigrama de Fernández de Moratín, que a pesar de haberlo repetido y repetido me sigue causando gracia:
Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
«Arte diabólica es»,
dijo, torciendo el mostacho,
«que para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal
llega a viejo, y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho».
¿Cuál es en su opinión la mayor amenaza de la lectura en estos tiempos? ¿Acaso el nuevo universo tecnológico y las nuevas vías de comunicación del lenguaje que, según muchos, está aniquilando la memoria conceptual de las nuevas generaciones de futuros lectores?
No sabría cuál es la mayor amenaza que se cierne sobre la lectura. Confío en que por el momento va a sobrevivir la llegada de nuevas tecnologías, tal como ha sobrevivido en el pasado la llegada del telégrafo y los vuelos transatlánticos. Quizás se transforme y aparezcan nuevas maneras de contar las historias con video, plataformas virtuales y animación, pero no creo que desaparezca el impulso de la lectura. Un efecto que los mensajes instantáneos parecen tener es la impaciencia a la hora de leer, pero siempre hay mecanismos para cultivar la paciencia, aunque sea a contracorriente y desde los márgenes. Tampoco creo que el universo tecnológico amenace dramáticamente la memoria de las generaciones jóvenes. La tecnología detrás de la escritura —la tinta y el papel— hizo obsoletos los cantos memorizados de los rapsodas, a tal punto que la práctica desapareció, y con ella la necesidad de recordar épicas enteras para la transmisión oral. Tal vez la desaparición de los rapsodas sea una pérdida, pero la literatura encontró un nuevo intermediario que le ha hecho perdurar. No sé si acaso los nuevos medios de comunicación amenacen con reemplazar la lectura, pero no hay nada que me haga pensar que estamos viviendo un momento análogo al del paso de la oralidad a la escritura.
Este libro será editado por la editorial ‘A buen paso’. ¿Qué puede contarme sobre la línea y el catálogo de ésta editorial, si la conoce?
Ha sido un placer trabajar con ‘A buen paso’ y su editora, Arianna Squilloni, en la preparación del libro. No conozco todo el catálogo de la editorial, pero los libros que he visto están muy bien diseñados, concebidos e ilustrados. Me da mucho gusto que vayamos a formar parte de ese catálogo.
¿En qué cree usted que se diferencia el imaginario de los autores hispanoamericanos de los europeos?
No sabría cómo responder a esa pregunta.
¿Cómo se enteró usted de la existencia de este Concurso?
Mi hermana es quien vio el concurso y me habló para ver si se me ocurría una propuesta. Yo había escrito una colección de ensayos sobre las manos, así que tenía muchas manos en la cabeza, y lo que se me ocurrió fue una historia relacionada con el asunto. Se la envié y ella comenzó a hacer las ilustraciones.
¿Qué opinión tiene usted de la ilustración actual que se practica en los países hispanoamericanos?
Apenas ahora estoy incursionando en el ámbito, así que no tengo una opinión completa al respecto.