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Noticia: Antonio Becerra: “Cuando Fernando González vuelve a Gran Canaria se ha convertido en un fantasma de sí mismo”

9 de mayo de 2022

Se cumple medio siglo de su muerte y aún hoy es una figura casi desconocida en el parnaso de las letras canarias. Fernando González, poeta teldense, sufrió, como muchos otros, el silencio autoimpuesto, el exilio interior que interrumpió una obra poética “de profundo amor a la vida”. Así lo cree al menos Antonio Becerra, doctor en Literatura que presenta ‘Poesía Completa’, la obra definitiva que compendia su producción, coincidiendo con el 50 aniversario de su muerte. Una exposición retrospectiva que recupera los fondos manuscritos en la Biblioteca Insular completa el homenaje. La cita es el 12 de mayo, a las 19:00 horas.

P.- ¿Es Fernando González aún hoy una figura desconocida de las letras canarias?

R.- Bueno, tiene una calle y un colegio, que es una de las formas que tenemos de honrar a nuestros poetas, aunque es cierto que le sucede lo que a tantas personalidades de la literatura: se convierten en meras referencias físicas cuando realmente debieran ser espirituales. Hay quienes lo han leído, quienes lo estiman y quienes comparten con él esa peculiar manera de entender el hecho poético. Entre sus paisanos de Telde, hay quienes recuerdan los versos que el poeta escribió a su lugar natal.

P.- ¿Qué puesto le corresponde en el parnaso literario?

R.- Es un creador que ha sido etiquetado de diversas maneras y hay quienes lo consideran epígono del modernismo o machadiano; generacionalmente está vinculado con el 27 y hay muchos elementos de su biobibliografía que así lo atestiguan: ciertos temas y el tipo de poesía, la devoción por Góngora y el gusto por el teatro clásico (no olvidemos que hizo refundiciones de obras de teatro que se estrenaron en Madrid). Creo que, después de la Guerra Civil, es un buen ejemplo de lo que en su momento se llamó poesía del exilio interior: su escritura es la constatación de una derrota, de un silencio autoimpuesto; pero también es la poesía de quien ama profundamente la vida y cree que el mundo puede ser un lugar más amable con ella.

P.- La poesía de González va sufriendo una progresiva transformación a lo largo del tiempo. Del Modernismo inicial y la veneración a su maestro, Tomás Morales, va simplificando su expresión poética. ¿A dónde le lleva ese recorrido?

R.- Fernando González desarrolla una expresión poética peculiar. Comienza siendo un poeta cuyas influencias son eclécticas debido a su propia formación (Campoamor, Villaespesa); abraza el Modernismo de la mano de Tomás Morales, Saulo Torón o Montiano Placeres; siente el influjo de la Generación del 27, por proximidad, pero también por amistad... A lo largo de su obra impresa, son reconocibles ciertas marcas generacionales, pero es verdad que su concepción de la poesía lo lleva casi siempre a una poesía íntima o existencial. Aunque en ocasiones se haya pensado que eso lo conduce a una poesía arraigada (idealista y un tanto ingenua), creo que esa es tan solo una lectura de su obra y no la más acertada. La simplificación de la poesía, la reducción de los elementos con los que conforma sus composiciones, supone un proceso de depuración que lo conduce inexorablemente al silencio.

 P.- Poeta, profesor y político. Esta última faceta -o quizás todas- lo condenó al exilio interior. ¿Cómo vive ese proceso el poeta?

R.- Tal vez para entender el proceso que vive el poeta debemos leer ‘Ofrendas a la nada’, un libro que no se ha leído con la atención que se merece, tal vez no tanto por quienes trabajamos la literatura, sino por quienes leen poesía. En una carta a Vicente Boada en 1952, Fernando González señala amargamente: “somos como amanuenses de un ser desconocido que nos dicta lo que escribimos”, en un mundo “hostil y enemigo”. Hay muchos de sus amigos, como Max Aub o Gabriel Celaya, que se extrañan y no comprenden cómo continúa viviendo en España y no ha tomado el camino del exilio. Supongo que pesó mucho la situación familiar, pero es difícil saberlo.

P.- Publica por última vez en 1949 (‘Ofrendas a la nada’), aunque vive hasta 1972 en España, como usted ha destacado. ¿Cuál es el legado de su última y simbólica obra?

R.- Bueno, es difícil hablar de legado cuando una obra tiene el recorrido que tiene. El poeta traza paisajes sentimentales y vitales e incluye al paisanaje literario a través de los retratos de quienes lo acompañan en este momento. Es una poesía desnuda, muy humana y en la que el paisaje está plenamente interiorizado. Tiene, porque es quizás una de las marcas de su poesía, un carácter coloquial, pero también es una suerte de diario vital, en el que hace un inventario de lo que quedó de todo. Creo que es una evolución lógica, ya que forma parte de una trayectoria que se inicia con una poesía andariega de su juventud, desenfada en ocasiones, alegre y vital; que se va depurando y simplificando, si bien tiene en el camino, como Machado (pero también la poesía clásica, que nunca abandona), su centro; que se desencanta y se desarraiga y que lo lleva a observar su mundo de manera melancólica, pero también ve que debe seguir ese camino, que lo conduce a la nada.

P.- Fernando González es un poeta generoso. Desde la colección ‘Halcón’, que impulsa desde Valladolid, ayuda a otros poetas canarios. ¿Quiénes son los beneficiados de su ayuda?

R.- Leyendo el epistolario se puede comprobar a quiénes ayudó (en alguna ocasión económicamente) desde que partió a la Península en 1922. Como catedrático, asesoró y ayudó en Gran Canaria, por ejemplo, a Alfonso Armas Ayala o a Joaquín Artiles; como intelectual bien establecido y bien relacionado, a casi todos los poetas de su tiempo. En la colección Halcón publicó a muchos autores canarios y constantemente estaba pidiendo poemas para diversos proyectos que tenía entre manos.

P.- Usted es profesor, como lo fue él, aunque Fernando González estuvo más de una década sin poder ejercer, al ser depurado por el régimen franquista. ¿Sabe con qué ánimo asumió finalmente su reincorporación?

R.- Es difícil colocarse en la piel de alguien que pasó por una guerra civil y fue despojado de su cargo de catedrático por sus ideas políticas. Pero sabemos que quien desarrolla una opinión y la defiende públicamente está expuesto a ser censurado y castigado por ello. Creo que, cuando regresa a la docencia, como cuando vuelve a Gran Canaria y le rinden homenajes y dicta conferencias, ha perdido mucho por el camino; se ha convertido en “fantasma de sí mismo”, como Max Aub escribió en ‘La gallina ciega’, cuando rememora su encuentro con el poeta teldense.

P.- ¿Cree que gran parte de la obra poética de Fernando González se quedó en el tintero o su camino ya había sido culminado cuando dejó de publicar? Por otro lado, ¿sabe si hay textos suyos inéditos?

R.- Es difícil saberlo. Hay ejemplos en la lírica canaria de creadores con una obra reducida (piénsese, por ejemplo, en Domingo Rivero, Saulo Torón o Vicente Boada). Y ese no es el caso de Fernando González. Hay que tener en cuenta que publica sus primeros libros muy joven; en este sentido, fue un poeta precoz que asombró por su capacidad de manejar el ritmo poético. En ocasiones parece que algunas composiciones necesitaran un mayor poso, pero tal vez no estaríamos hablando de Fernando González. Creo que “Cielo abierto”, de 1950, un opúsculo que aparece publicado en la edición del Cabildo de Gran Canaria, y que se mantenía inédita, es lo último que planteó como obra y que no desarrolló.

El autor

Trayectoria de Antonio Becerra Bolaños

Doctor en Literatura y Teoría de la Literatura por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, ha sido docente en varias universidades de España, China y Ecuador. Ha coordinado, en colaboración, volúmenes sobre Agustín Espinosa con Domingo Fernández Agís (2001); Antonio de Viana, con Juan Manuel García Ramos (2007); Mercedes Pinto, con Alicia Llarena (2009), y Mª Rosa Alonso con Miguel Martinón Cejas (2011).

Ha publicado: ‘Las bragas de San Grifón. Novela del abate Giambattista Casti en traducción del doctoral Graciliano Afonso’ (2004); ‘Antología poética de Graciliano Afonso’ (2007); ‘Poesía y palabras: conversaciones con Lázaro Santana’ (2008); ‘La sonrisa de Ciprina’ (2010); ‘La conformación de un canon: Graciliano Afonso’ (2010); ‘Graciliano Afonso: poesías americanas’ (2012); ‘Principios de lectoescritura’ (2015), con Nayra Pérez Hernández, y ‘La constancia de la escritura’ (2015).

Ha sido guionista de las series documentales ‘Memoria chica’ y ‘Mujeres en la Isla’; y los documentales ‘Néstor Álamo, imaginando la historia’, ‘Dos cementerios y algunas historias’ y ‘La voz de todos: Tomás Morales’. Es premio de Investigación ‘Viera y Clavijo’. Cofundador de la revista literaria ‘La Plazuela de Las Letras’ y creador, junto con Alexis Ravelo, del espacio de divulgación cultural ‘Matasombras’ en Las Palmas de Gran Canaria.

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