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Noticia: El inagotable pasado aborigen de la Cueva Pintada

27 de junio de 2020

El Museo y Parque Arqueológico Cueva Pintada de Gáldar que gestiona la Consejería de Cultura del Cabildo grancanario ocupa una extensión de casi 6.000 metros cuadrados, casi todos ellos visitables. Las dimensiones dan una idea del número de interrogantes que aún arroja el yacimiento. José Ignacio Sáenz Sagasti, conservador del centro, adelanta que, desde las primeras campañas arqueológicas realizadas desde 1987 hasta hoy, solo conocemos apenas el dos por ciento de todo lo que podría ofrecer el que está considerado como el más importante yacimiento arqueológico de Canarias.

Esta es una de las características que tiene el museo situado en Gáldar y que lo hace diferente, ya que desde sus orígenes se planteó la creación de un centro con la idea de que permitiera su investigación y estudio al mismo tiempo.

Desde hace años, doctores y estudiantes, tanto de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria como de otras universidades del Estado, realizan trabajos de investigación específicos en el poblado, como el estudio de las semillas, las monedas o la industria lítica. “Se trata de estudios concretos ya que la colección es mayúscula, por lo que hablamos de un proceso que continuará con el tiempo. Este es un yacimiento muy rico, con muchos materiales”, indica Sagasti. “Actualmente quienes visitan el museo solo pueden acceder apenas al uno por ciento de todo lo que hay. Esto responde al planteamiento del proyecto museológico, en el que se contempló no sobrecargar al público. Se hizo una selección de piezas de cerámicas y pintaderas, una muestra pequeña que sirviera tanto para explicar el museo como para completar el discurso que se quería ofrecer”, añade.

 

Fondo colosal

Los datos son abrumadores. Todo lo que se ha extraído de las sucesivas excavaciones realizadas en los últimos veinte años se encuentra en el sótano del museo, que ocupa casi toda la superficie de la primera planta de la institución. El fondo depósito cuenta, tan solo en materiales arqueológicos, con cerca de cuatro mil cajas, lo que supone que hay unos sesenta mil números de registro, entre objetos y demás piezas de diferentes tamaños. “Es colosal, señala el conservador del centro, que especifica que son casi medio millón de objetos lo que hay allí guardados”.

El campus de Arqueología Cueva Pintada, que se  realiza en el museo en julio desde hace cinco años,  sí permite visitar tanto el yacimiento como el trabajo del procesado, cuando salen las piezas, el etiquetado, la limpieza del objeto, su registro y archivo. Las buenas noticias son que debido al creciente interés del público, que manifiesta su deseo de ver todas las pintaderas y cerámicas existentes, desde la institución se están planteando una propuesta para incluir el almacén como parte del recorrido que el público desarrolla en el museo.

La mayoría de materiales que se custodian en dicho fondo son cerámicas, barro cocido, huesos, y piedras, que no presentan excesivos problemas de conservación, sobre todo porque vivimos en una comunidad donde las condiciones climáticas son bastante benignas.  “Sí que hay algunos objetos que son más delicados, como los metales y las monedas que, a pesar de que se someten a un control exhaustivo, son los que más sufren y necesitan unas medidas de conservación más rigurosas. La humedad afecta bastante a los objetos metálicos como los cuchillos, espadas, clavos y otros elementos de construcción que se han encontrado en el yacimiento y que no están fabricados con las mejores materias primas”, puntualiza el conservador. 

“Han estado mucho tiempo enterrados y cuando se extraen se rompe ese equilibrio, por lo que hay que tomar una serie de medidas. Muy típico”, indica Sáenz Sagasti, “son las monedas, a las que les van saliendo los cloruros, unos pequeños puntitos de color verde, que son el primer indicio de que se están deteriorando”. Es entonces cuando la restauradora tiene que ir limpiándolas periódicamente. “También tenemos un pequeño tejido de lino datado en torno al siglo XVI-XVII, que encontramos en una estructura y lo tenemos aislado. Pero el resto de materiales son más fáciles de tratar, como las piedras, que, una vez que las recuperamos y las limpiamos y mantenemos en lugares secos. Lo mismo sucede con las cerámicas y pintaderas, que una vez restauradas y guardadas, su proceso de deterioro es muy lento o prácticamente nulo”, dice.

 

Vida del poblado

La fortaleza del propio edificio diseñado en su día por el arquitecto del centro, Javier Feduchi Benlliure, contribuye con sus gruesos muros a la conservación del legado que se conserva en el museo. “En la actualidad realizamos un seguimiento de elementos como la humedad relativa y la temperatura mediante sensores específicos para esos espacios. También disponemos de extractores para ventilar el aire, dotados de filtros específicos que evitan la contaminación, que es muy importante, y todo eso lo vamos controlando regularmente”, afirma el conservador del museo.

José Ignacio Sáenz Sagasti manifiesta que ni el dos por ciento de la denominada Acrópolis de Agáldar está investigada. Hasta ahora lo que han hecho al excavar es ver la capa más superficial, pero queda toda la parte más interna que arrojará importantes datos sobre la vida doméstica de las personas que vivían aquí hace mil años.

Para conocer esa vida cotidiana e íntima del poblado hay que estudiar todos estos objetos. “Con el trabajo de campo descubrimos las casas y podemos intuir dónde estaba el poblado, dónde aparece y dónde no. Pero luego la vida cotidiana, hasta dónde funcionó esa casa, cuánta gente estuvo viviendo allí, para qué se utilizaban los espacios, si todas las casas eran para vivir, o tenían otras funciones… a eso solo se puede llegar con el trabajo de laboratorio e investigación de los objetos que han aparecido en el interior de esas casas. Por eso la excavación, cuando se hace con buena metodología y se recuperan datos, muestran elementos que pasan desapercibidos de otra forma”, añade.

Sagasti considera que la arqueología, hoy en día, desde el punto de vista técnico, ha avanzado notablemente y que los análisis que se pueden llevar a cabo, antes eran impensables.  “Por eso, en el futuro, cuando los investigadores puedan analizar todos los materiales que hay aquí, la visión del poblado seguramente cambiará sustancialmente. Hablamos de un yacimiento en el que hace siglo se instaló un poblado que fue abandonado, pero que ha dejado una cantidad de materiales ingente que se han ido recuperado”, concluye.

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